Adiós, don Mario
POR Gustavo Adolfo Chaves / Escritor
http://www.nacion.com/opinion/foros/Adios-don-Mario_0_1461653826.html
A fines de la década del ochenta, mi hermano Miguel me
regaló un set plástico de damas chinas y ajedrez. El primer juego lo
conocía, el segundo no; pero la fijación con esas figuras casi
mitológicas de reyes, reinas, peones, alfiles, caballos y torres fue
inmediata. Otro hermano, Juan Rafael, me enseñó a mover las piezas con
la advertencia de que él nunca jugaría conmigo, porque no tenía
paciencia.
Durante mi último año de primaria tuve un
profesor de Educación Física excepcional, Crisanto Ulate Vargas, quien,
además de organizar torneos de fútbol, organizó uno de ajedrez, y ahí
finalmente pude sacarme las ganas. Terminé en segundo lugar, detrás de
Ilya Varela Savicheva. Fue una proeza haber perdido únicamente contra el
chico ruso de la escuela; lo vergonzoso fue que me liquidó con un mate
en cuatro jugadas: el Pastor .
Con esa derrota nacieron juntas la obsesión y la pasión. Los años
siguientes parecen una nebulosa en la que se mezclan rostros colegiales y
lugares diversos. Lo único que veo con claridad es que siempre estoy
sentado frente al tablero. Tengo la impresión de que todo lo que hice en
el cole fue jugar ajedrez, y que en mi tiempo libre estudiaba
matemáticas y cívica.
Maestro y amigo.
Conocí a Mario Valverde López en marzo de 1992. Entré a un salón en
el Palacio de los Deportes en Heredia donde un señor muy serio
reproducía jugadas en un tablero mural frente a un montón de carajillos
inquietos. “A ver cómo le va”, me dijo, y me sentó en un rincón a jugar
una serie de partidas contra tres machillos vacilones a lo que siempre
recordé como “los hermanos Fuentes”. Gané las tres partidas. Al
terminar, el señor le dijo a mi papá que me siguiera llevando.
Ese día regresé a casa con un ejemplar de la revista Jaque , que editaba desde Turrialba Johnny Karpinsky Dodero. En ella encontré un artículo de don Mario y así inició el aprendizaje.
A ese primer encuentro le siguieron 22 años de una amistad impagable.
Don Mario fue, ante todo, el entrenador que me enseñó a estudiar todas
las minucias del juego, el que ponía a prueba mi imaginación táctica con
sus infaltables gambitos, el que me recomendaba ejercicios y lecturas, y
el que me regañó en frente de todo el mundo en los Juegos Nacionales de
Puntarenas por ponerme a jugar cosas que no conocía bien en mi partida
contra Johnny Leandro de Cartago, lo cual le costó un punto vital a mi
equipo.
Al cabo de los años, sus enseñanzas se
convertirían en mis dos medallas en San Carlos 99, y luego tomarían un
giro de humanidad de su parte, ya como amigo. Sigo agradeciéndole sus
constantes preguntas sobre la salud de mi papá antes de que él muriera,
su invitación a jugar con los veteranos de La Nueva Santa Lucía, donde
Narciso y Angélica, su recriminación amistosa por no jugar más torneos, y
sus visitas mañaneras a Libros Duluoz para jugar una partida y comprar
algún libro de historia.
Su muerte ha rasgado una página enorme en la historia del ajedrez tico, y también una parte lindísima de mi propia vida.
Lo que más le debo al ajedrez es, sin discusión, la gente que trajo a
mi vida, y don Mario Valverde fue el Rey omnipresente en cada uno de
esos encuentros felices.A él le debo la alegría y el honor de haber
pasado horas frente al tablero en compañía de condiscípulos como Jorge
Sánchez, Roberto y José Mario Ramírez, Pamela y Melina Chaves, Andrea y
David Porras, Carlos Barrios, David Villegas, Walter Salas, George y
Charbel Zoghaib, Óscar Mario Campos, Pablo y Adriana Bonilla, Jefferson
Vargas, Silvia y Alejandra Sánchez, Susana Acosta, Auxiliadora
Hernández, Luis Paulino Benavides, César Arce y muchos otros.
Generaciones de ajedrecistas estaremos por siempre en deuda con él.
Mario Valverde López (1946-2014) fue, además, presidente de la
Federación Costarricense de Ajedrez en los años ochenta. Con su muerte,
el ajedrez costarricense pierde uno de sus promotores y educadores más
importantes de todos los tiempos, pero no su recuerdo.
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