Whitaker y sus dos “profesiones”: delincuente y ajedrecista
El “Caso Lindbergh” fue un sonado
suceso ocurrido en los Estados Unidos de los años ’30, cuando el 1° de marzo de
1932 desconocidos raptaron, de su misma cuna, al hijo de uno de los mitos
vivientes de ese momento, el coronel Charles Lindbergh, primer piloto en
lograr, en vuelo solitario, unir su país con Europa. Admirado y mimado a partir
de su hazaña, la trágica historia del rapto de su bebé conmovió a la sociedad
norteamericana y al mundo entero, más aún cuando cerca de dos meses después de
ocurrido el rapto, el cuerpo sin vida del pequeño fue hallado en un bosque. El
pretendido raptor, Bruno Hauptmann, fue encontrado tras una investigación de
dos años, se lo sometió a un juicio dudosamente imparcial y la ejecución del
sentenciado se realizó con celeridad, acaso para calmar a una opinión pública
sedienta de respuestas. Pero lo que es aún más interesante para nosotros, los
ajedrecistas, es que Norman Whitaker, un fuerte jugador de la Federación
estadounidense, ya famoso por su afición a las actividades reñidas con la ley,
fue un protagonista clave de los hechos.
Una vida por demás agitada
resultó ser la del Maestro Internacional estadounidense Norman Tweed Whitaker.
Nacido en 1890 en los EEUU, en un
hogar de clase media acomodada, al tiempo que iniciaba sus estudios de Derecho
daba sus primeros pasos de su carrera ajedrecística. Llegado a la madurez, parecía todo dado para su éxito profesional,
pues ejercía como abogado en un puesto gubernamental y sus resultados en el
tablero lo convertían en uno de los mejores jugadores de EEUU.
En 1913 hizo su primera aparición
internacional en el Torneo
American National, jugado en New York y ganado por Capablanca, con Marshall en segundo lugar. Poco después desafió a un match al
propio Marshall, campeón estadounidense no oficial, pero el mismo no llegó a
concretarse debido a diferencias en el aspecto económico. Whitaker fue también
un permanente animador del torneo anual Western
Open, en varios de los cuales ocupó puestos de privilegio.
Sin embargo, y quien sabe por qué
extraño designio, un hombre con todas las posibilidades para triunfar en sus
lícitas actividades, de pronto se vio
envuelto en hechos delictivos que lo llevaron, a él y a buena parte de su
familia, a la cárcel. Según la acusación que realizó el gobierno federal,
Whitaker y tres de sus hermanos se habían estado dedicando, al inicio de los
años veinte, al traslado interestatal de autos robados, para cobrar seguros de manera fraudulenta. Este delito, severamente
castigado en los EEUU, les valió condenas de prisión, que Norman cumplió en
forma efectiva a partir de 1925. Libre bajo palabra en 1927, pero impedido de ejercer su profesión de abogado,
Whitaker continuó su carrera de ajedrecista.
Invitado a jugar el torneo
realizado con motivo del primer Congreso Nacional de la Federación de Ajedrez
de los EEUU, obtuvo una gran victoria y fue proclamado como el primer campeón
de la NCF (National Chess Federation
por sus siglas en inglés), precursora de la actual USCF (US Chess Federation).
No obstante, y pese a que su logro fuera obtenido sobre el tablero con toda
justicia, su pasado de ilícitos resultó una carga pesada y las autoridades de
la Federación, con las que tendría en el futuro choques permanentes, no lo
invitaron al Campeonato del año siguiente.
En 1932, el secuestro del hijo de
20 meses del héroe americano Charles
Lindbergh, conmovió a los EEUU y al mundo entero. Whitaker, pillo
consumado, aprovechó para dar lo que supuso sería su “golpe maestro”: con la
complicidad de un agente jubilado del Departamento de Justicia, se contactó con
una editora del diario “The Washington Post”, convenciéndola de que él estaba
en contacto con los secuestradores y que, previo el desembolso de los U$D 100.000 de la recompensa que
Lindbergh había establecido, podía lograr que el niño regresara sano y salvo a
su hogar. Tal fue su habilidad de persuasión que, luego de varias idas y
vueltas, se hizo con el dinero y, por supuesto, desapareció.
En resumidas cuentas, el bebé
apareció muerto poco después y Bruno Hauptmann, un carpintero alemán y pícaro
de poca monta, fue acusado del crimen, juzgado en un proceso público de enorme
difusión mediática, hallado culpable y sentenciado a muerte en la silla
eléctrica, aun cuando más dudas que
certezas sobre su culpabilidad flotaran en el ambiente, incluso hasta
nuestros días.
En cuanto a Whitaker, que nada
tenía que ver y solo se aprovechó de la coyuntura para reunirse con una
elevadísima suma de dinero, fue localizado por la policía y, junto a su
cómplice Gastón Means, sentenciado a prisión por el delito de “intento de extorsión”, luego de un
juicio en el que negó haber recibido dinero alguno…
Convicto en la tristemente
célebre prisión de Alcatraz, fue
alternativamente amigo y enemigo de Al
Capone, el mundialmente famoso delincuente.
Otra vez en libertad, retornó al
ajedrez, actividad que alternó con nuevas
y diversas fechorías que volvieron a depositarlo tras las rejas en varias
ocasiones, acusado y convicto, entre otras “bellezas”, de pedofilia y envío por
correo de sustancias prohibidas.
No obstante, continuó siendo
durante algún tiempo uno de los jugadores más destacados de su país, particularmente fuerte en el juego táctico.
En sus últimos años, recorría en su automóvil el sur de los EEUU, jugando
pequeños torneos de aficionados que ganaba con facilidad. En 1965, debido a sus
buenas actuaciones (en ajedrez, se entiende), la FIDE le otorgó el título de Maestro Internacional.
Este singular personaje, quien
empañó con sus actividades delictivas una carrera deportiva que pudo ser
brillante, falleció en 1975 en Alabama, a los 85 años de edad.
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