jueves, 7 de noviembre de 2024

EL AJEDREZ, UN ESTADO MENTAL - Horacio Kiel Honorary Chess Ambassador

 


EL AJEDREZ, UN ESTADO MENTAL

El ajedrez es considerado usualmente un juego para intelectuales, para gente inteligente, cuando en realidad lo esencial en un jugador suele ser su estabilidad emocional y el estado mental que debe generar y mantener para resolver problemas. Ganar un torneo o una partida de ajedrez suele ser, entre jugadores de un nivel similar, una cuestión más de resistencia y estabilidad mental que de fuerza de juego. Diríamos entonces que las habilidades que debemos desarrollar para aprender a jugar sí podemos estudiarlas y practicarlas, pero la estabilidad mental depende de una disposición anímica muy particular que uno debe generar cada vez que afronta un nuevo desafío. En otras palabras, no se aprende una sola vez sino cada vez que uno se enfrenta a un problema de ajedrez o una partida.
Construir y desarrollar la paciencia necesaria es un trabajo de toda la vida. 
Fomentar nuestro crecimiento en el juego sobre estas bases nos hará constatar notables avances y evoluciones, pero cimentar nuestras habilidades únicamente en la fuerza o en la habilidad pura nos llevará a un absoluto fracaso, por no haber comprendido la esencia misma del ajedrez. 
Por tanto un error o un fracaso tanto en un ejercicio como en la práctica del juego suele deberse muchas veces a factores psicológicos o estados anímicos que ponen al jugador en un estado de ansiedad que le impide tomar la mejor decisión en un momento específico del partido, y esto es tan importante como la técnica, el conocimiento de la teoría y la práctica. 
Creo que hay un dicho en la India que dice que “el ajedrez es un lago en donde un mosquito puede nadar y un elefante ahogarse”, o sea, no lograremos avanzar por la fuerza si no integramos todas nuestras habilidades psicofísicas y emocionales con calma, en un contexto de aparente caos sin sentido, porque para poner orden primero debemos tenerlo dentro, y eso se genera deliberadamente.
Es algo parecido a conducir una embarcación en medio de una tormenta, se requiere un estado mental y espiritual muy particular que es indispensable e intrínseco a esta actividad. Llegado a un punto es imposible separar la habilidad en sí misma para realizar una combinación en un tablero de ajedrez y el estado mental correcto que nos lleva a esas valoraciones y a la final ejecución de un plan.
Llegando a este punto podremos ver muchas veces que el ajedrez en sí mismo es un estado mental, y no solamente requiere ese estado mental pues es únicamente en ese estado que realmente podemos ejecutar un plan correctamente, todo lo demás que podamos hacer no son sino movimientos sin sentido, que hasta llegan a dar resultado pero no nos llevan a ninguna parte realmente,  no nos hacen crecer.
 El crecimiento de todo en la naturaleza es interior, y los efectos en algún momento son percibidos en el exterior. Debe ser un error muy común en muchos jugadores buscar el resultado externo sin pasar por un periodo de crecimiento interior, introspección, reflexión y autocrítica que lleve a un verdadero conocimiento de uno mismo, y, en definitiva, en última instancia de lo externo del juego. 
Tal como un buceador que buscaba perlas en la antigüedad deberá el aprendiz sumergirse en su propio caos interior y gobernarlo, al tiempo que desarrolla sus habilidades y se nutre de la experiencia de otros jugadores y de los maestros que encuentre, incluyendo sus rivales. 
El verdadero premio es ese estado mental espiritual, tal como dirían en la India: la experiencia del gusto supremo, que tiene distintos nombres en distintas culturas, la liberación de la ilusión,  saber apreciar la belleza en todas sus formas, en todas las combinaciones, en todos los movimientos, aún en los que no se hacen, en lo visible y lo invisible. 
Por último, ese conocimiento que se construye dentro del jugador puede ser destruido en un momento por un mal enfoque o un estado anímico incorrecto, por la ansiedad, por la prepotencia; en otras palabras,  el ajedrez te obliga a encontrar la perla que llevas dentro para brillar con tu propia luz, cuando se rompe la ostra de las apariencias, la falsa personalidad, para ver las cosas como realmente son; para ver la verdadera luz de tu interior en medio de un caos de posibilidades y apariencias. 
Así como una flor crece siguiendo el camino natural, quien quiera ser un verdadero jugador debe tener el estado mental correcto, para ser iluminado por las bellezas del juego de los reyes.

Horacio Kiel 
Honorary Chess Ambassador 


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