domingo, 29 de octubre de 2017

RETRATO DE UN JUGADOR - Horacio Kiel

En la cabaña todo estaba polvoriento. Hacía frío, demasiado frío para pensar. Los libros estaban desparramados en la mesa y no había intenciones que se opusieran al desorden. Las intenciones, decía Harry Dump, las intenciones son siempre engañosas. No había lugar para el engaño allí en Siberia, pues es difícil sobrevivir y quedarse con energía para inventar historias. En el hielo un lobo se aburría observando el monótono paisaje.
La religiosa estaba en la puerta de la cabaña sin atreverse a golpear por temor a la posible reacción del animal. Al fin se atrevió, puesto que el miedo a morir por congelamiento llegó a neutralizar el temor a ser devorada de un momento a otro. “Toc toc”. El primer sonido que perturbaba la casa en más de un lustro sobresaltó a Harry y lo hizo estremecer y a su vez eso lo perturbó al notar que un temor sórdido lo hubiera seguido hasta el fin del mundo.
Dentro de la cabaña se puso cómoda. No había un contraste definido que no fuera el damasquinado y el humo de un incienso, así que optaron por salir a caminar una vez ella se hizo con la ropa adecuada para un lugar tan inhóspito. Ya no había formas de vida. Solo el juego aparecía majestuoso aniquilando el mundo, creando belleza, una belleza única por doquier, aunque tal vez todo era solo sobre un jugador.
No había otra opción que no fuera ir a hacia delante, o sea, jugar. Pero el juego cambiaba todo el tiempo, o era él quien cambiaba y lo trasformaba todo. Nada estaba establecido, pero a veces así parece. Encontró algunas reglas en el camino. Marchar tiene sus reglas, pero sólo el que transita un camino tormentoso las conoce. Un destino esquivo lo seguía y en el hielo encontró su suerte. Un juego turbio no se entiende fácilmente, pero al final logró reconocerme y eso era todo lo que buscaba. No sé realmente qué hace a alguien un jugador, pero es mejor no entender ciertas cosas con la mente. Me despabilaba este ensueño cuando oí a la religiosa decir: “¡Es tu turno, juega!” Y entonces comprendí que el juego había terminado.
Un lobo se aceró a mí entonces, y nos quedamos mirando a la extraña pareja caminar por los bellos caminos de Siberia. Sé que nadie lo creerá, amigo, le dije al animal, pero aquí al menos sabemos dónde estamos.
Él solo se sentó tranquilamente en la nieve.

 
Horacio Kiel
 
 

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