domingo, 4 de noviembre de 2018

La imagen de ajedrez del Día

Carlos Torre Repetto, genio del Ajedrez
En memoria de las extintas estrellas del deporte yucatec

Juan Diego Casanova Medina
Hace unas semanas, en un sitio muy frecuentado por los ajedrecistas de todo el país, alguien comentó que había leído un libro de un autor norteamericano, Reuben Fine, en el que se dice que el Gran Maestro Carlos Torre Repetto nació en Nueva Orleans, Estados Unidos.
Fue inmediata la aclaración de muchos, que señalaron que el más grande ajedrecista mexicano de la historia, en cuya memoria se juega un Torneo Internacional cada diciembre, era mexicano de nacimiento y vio la luz primera en Mérida, Yucatán.
De hecho, hace unos años el Prohispen fijó una placa en la casa donde nació el genio del tablero, en la calle 57 entre 64 y 66 del centro. El propio Torre Repetto, en una de las entrevistas que se le hicieron, enfatizó su origen meridano.
En Yucatán todo mundo sabe que Torre nació en el Estado, pero incluso entre muchos ajedrecistas del país se ignora que el peninsular, de una carrera tan brillante como fugaz, fue señalado por los conocedores de su tiempo (1925, su año dorado), como un futuro campeón universal.
Sobre la biografía del yucateco han escrito varios, entre ellos el presidente del Patronato del Torneo “Carlos Torre”, Alberto Cámara Patrón, y el periodista Jorge Alberto Balam Díaz, ex campeón estatal y autor del libro “La historia del ajedrez en Yucatán”.
Torre nació el 29 de noviembre de 1904 y a los 11 años de edad, cuando ya practicaba el deporte-ciencia, que aprendió a los seis abriles, partió con su familia a Nueva Orleans, por lo cual interrumpió su instrucción escolar.
En esa ciudad conquistó el campeonato estatal de Lousiana y luego se fue a vivir a Nueva York, donde se afilió al club de Frank Marshall, el mejor jugador de esa época en Estados Unidos.
En ese país se coronó en el Campeonato del Este, que era el equivalente al ahora famoso Open de EE.UU. y a principios de 1925, que fue el año de oro de su meteórica carrera, viajó a Baden Baden, Alemania, donde a los 20 años de edad ocupó el décimo lugar frente a puros connotados astros del tablero, entre ellos el ruso Alexander Alekhine, quien dos años después se ceñiría la diadema universal.
Su siguiente torneo fue el de Marienbad, en Checoslovaquia, ahora República Checa, donde, para sorpresa de propios y extraños, fue el subcampeón.
Entonces retornó a Nueva York, pero a los pocos meses volvió a Europa. Resulta que en noviembre se desató una auténtica fiebre de Ajedrez con el Primer Torneo Internacional de Moscú, que fue su consagración definitiva, frente a dos de los más grandes campeones mundiales: el cubano José Raúl Capablanca y Graupera y el alemán Emmanuel Lasker.
En esa competencia, en la que confluyó lo más granado del Ajedrez en el planeta, el meridano entabló en finales, difícil e instructiva partida, contra el entonces monarca mundial, Capablanca. Además, le ganó a Lasker, quien durante 27 años detentó la corona universal, en una partida tan brillante que recibió un nombre: “La lanzadera”, que incluyó el sacrificio de la dama para luego recuperarla con tres peones de ventaja.
En la urbe moscovita, Torre venció también a Marshall, al ucraniano Verlinsky y al ruso Levenfish, escritor de libros de finales, por citar a algunos, y terminó empatado en el quinto puesto con el polaco Savielly Tartakower.
Además, entabló con leyendas como Richard Reti, Ernest Grunfeld, Akiba Rubinstein, Rudolf Spielman y Peter Romanowsky. A partir de ahí, la crítica ya lo consideraba como futuro monarca mundial.
De la capital rusa, el yucateco se trasladó a Leningrado, ahora rebautizada como San Petersburgo, donde quedó en un muy meritorio segundo sitio.
Finalmente, volvió a su amado México, donde ganó con gran clase el Campeonato Nacional en 1926.
Para entonces, ya se le consideraba el mejor jugador del continente, pues había derrotado a Marshall en un match a cuatro partidas.
Sobre Torre, su vida y sus partidas, se han escrito varios libros en español. Entre los más conocidos y que más aportan sobre él están: “Torre y sus contemporáneos” y “64 variaciones sobre un tema de Torre”. La aportación más reciente es “Carlos Torre Repetto, genio, legado y leyenda”, escrita por Arturo Medellín Anaya y el maestro internacional Raúl Ocampo Vargas.
En su tiempo, le ofrecieron a Carlos Torre muy conveniente condiciones para que se nacionalizara estadounidense y represente al Tío Sam en los torneos, pero el mexicano rechazó la oferta porque, como remarcó, sus triunfos los quería para su patria.
Durante su estada en Rusia, el yucateco escribió su único libro, una monografía titulada “Desarrollo de la habilidad en ajedrez”, cuyas enseñanzas se mantienen hasta ahora tan actuales como hace casi un siglo.
Torre Repetto falleció el 19 de marzo de 1978 en su natal Mérida y sus restos reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres, en el cementerio de Xoclán.
Queremos finalizar esta entrega con unas frases del mexicano, publicadas por Balam Díaz hace varios años en la Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán:
– Guardémonos permanentemente de la peligrosísima tentación de hacer jugadas con la “política de lo bastante bueno”, que rara vez nos lleva a la victoria. Porque la belleza en el ajedrez, que es solidez en la concepción, aliada con la armonía en la ejecución, no está en esa senda.
– Si nos conformamos con copiar las variantes de los libros, no obtendremos el desarrollo, que solo es fruto del esfuerzo interno. He aquí la clase de nuestro desarrollo, grande y continuado esfuerzo.
– No hagamos nunca una jugada para ver que qué nos resulta y con la esperanza de que todo salga bien y sea la más fuerte, porque en la ignorancia no puede haber desarrollo, y si lo hubiese, nunca sería el más alto. Cultivemos, por el contrario, el hábito de saber por qué, con qué fin hacemos una jugada, y ver, antes de hacerla, la combinación completa, teniendo siempre la seguridad de que nuestro modo de proceder es el mejor.
– Si resolvemos jugar cada vez mejor que antes: la apertura con mayor precisión, el medio más conscientemente y el final con exactitud; si nos proponemos hacer nuestros cálculos con más corrección, producir una obra maestra, nuestros esfuerzos internos se traducirán y nuestro progreso sobrepasará los más lisonjeros sueños. Si jugamos de esta manera, 20 veces por ejemplo, adelantaremos más que en dos años de juego a diario sin tales propósitos, porque la fuerza que se acumula debe producir progreso, y de esta suerte, nuestro esfuerzo continuo y creciente desarrollará nuestra habilidad en razón progresiva.

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